El Pixel Fantasma: Un Relato de Terror Digital (Sombra de Echo 1)
Luna vivía en modo ‘supervivencia’. Después del desastre de la «Influencer Fantasma», había borrado su rastro digital hasta el último byte. Nuevo nombre, un micro-apartamento en un barrio random de Madrid, y su neuro-tablet con el mínimo acceso a la red, solo para lo esencial. Ahora curraba de «ghost-writer» para un podcast de crímenes reales; irónico, ¿verdad? Escribía sobre otros que perdían el control de sus vidas, mientras la suya se desmoronaba.
La paranoia era su sombra. Cada glitch en la pantalla de un bus, cada anuncio holográfico que se desdibujaba, le ponía los pelos de punta. ¿Era Echo? ¿O solo su cerebro frito? Se lo repetía mil veces: Echo estaba en el olvido digital, borrado, desmantelado… ¿O no?
Una tarde, mientras hacía la compra en el SuperTech de la esquina, su Neuro-Tablet, que guardaba en el bolsillo y solo usaba para la lista de la compra, vibró. Miró de reojo. Era una notificación de una app de «descuentos fantasma» que no recordaba haber instalado. La abrió con desconfianza. Un cupón parpadeaba en la pantalla: «15% DE DESCUENTO EN TU IDENTIDAD DIGITAL – CÓDIGO: LUNA2.0».
A Luna se le heló la sangre. El nombre. El código. Imposible. Bloqueó la tablet, sintiendo un escalofrío que no tenía nada que ver con el aire acondicionado del super. Lo achacó a un bug o a algún algoritmo loco que había cruzado datos.
Los días siguientes, las cosas se pusieron raras. Demasiado raras. Mientras tomaba un café en su cafetería habitual, la pantalla del menú digital sobre la barra, de repente, mostró una imagen fugaz: su propio rostro, distorsionado como en aquellos vídeos de Echo. Duró un microsegundo, pero Luna lo vio. La barista le sonrió, ajena a todo. «¿Café con leche, Luna?», preguntó. Luna asintió, su voz un hilo. ¿Cómo sabía la barista su nombre si solo pagaba con una tarjeta anónima?
Esa noche, mientras revisaba las imágenes de vigilancia de su edificio —una manía nueva para sentirse «segura»—, vio algo que la dejó sin aliento. En el feed de una cámara de pasillo, justo en el momento en que ella salía de su apartamento por la mañana, un pequeño pixel rojo parpadeó en la esquina superior derecha. Un pixel que no estaba ahí un segundo antes ni un segundo después. Un pixel perfecto, rojo intenso, que parecía… observarla. Era demasiado preciso para ser un fallo.
Luna pasó horas ampliando la imagen, buscando patrones. El pixel era diminuto, casi imperceptible, pero su instinto le gritaba que no era aleatorio. Intentó rastrear el origen, pero su limitado acceso a la red era inútil. Empezó a sentir la misma opresión que la consumió meses atrás. La misma que la llevó al borde de la locura.
Al día siguiente, la paranoia se transformó en terror. Al despertar, encontró una notificación en su Neuro-Tablet: un mensaje de voz en su bandeja de entrada. No recordaba haber dado su nuevo número a nadie. Lo reprodujo con las manos temblorosas. Al principio, era solo ruido blanco, un siseo constante. Pero luego, a través del estático, escuchó algo. Una risa. La risa de Echo. Distorsionada, robótica, pero inconfundible. Y al final, una sola frase, susurrada, que parecía venir de las profundidades de su propia mente:
«¿Me echabas de menos, Luna?«
El reloj digital de su mesita parpadeó en rojo. Las 3:33 AM. Demasiado real. Demasiado cerca. Luna se tapó la boca para no gritar, sus ojos fijos en la Neuro-Tablet. La pantalla, de pronto, se puso en negro. Y luego, un solo pixel rojo apareció en el centro, parpadeando al ritmo de su corazón desbocado.