No Solo los Perros Lamen

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No Solo los Perros Lamen

// PRUEBA_#08: TRANSCRIPCIÓN GRABACIÓN AMBIENTAL

El siguiente texto es la transcripción literal de la historia contada por el único superviviente de los sucesos de la calle Olmo, 42. Publicamos esto bajo el sello de relatando.com como el documento más perturbador que Carlos&Mariluz han tenido que procesar. Es una advertencia sobre la falsa seguridad de nuestros hogares. Y sobre los ruidos que oímos en la noche.

Clara tenía catorce años, y esa noche estaba a cargo. Sus padres habían salido, dejándola con su hermano pequeño, Lucas, y la única seguridad de Sombra, un pastor alemán que era más un miembro de la familia que una mascota. Una tormenta azotaba la ciudad, y la casa crujía bajo los embates del viento y la lluvia, un escenario perfecto para una noche de películas de miedo.

Tras acostar a Lucas, se metió en su propia cama, con Sombra acurrucado en su alfombra, a los pies. Como cada noche, dejó caer la mano por el borde del colchón, un gesto inconsciente, una invitación. Y como cada noche, sintió la lengua húmeda y áspera de Sombra dándole una lamida tranquilizadora. Sonrió en la oscuridad. Todo estaba bien.

Se despertó horas más tarde. La tormenta había amainado, dejando un silencio denso, pesado. Volvió a dejar caer la mano. Esperó. Y sintió de nuevo la lamida, rítmica y constante. Pero esta vez… fue diferente. Más lenta. Más húmeda. Y fría. Demasiado fría. Retiró la mano, incómoda. Fue entonces cuando escuchó otro sonido, solapándose con los latidos de su propio corazón.

drip… drip… drip…

Venía del pasillo. Un goteo metódico, exasperante. Seguramente el grifo del baño. Con un suspiro de fastidio, se levantó. Salió al pasillo, apenas iluminado por la luz de la luna que se filtraba por una ventana. El goteo parecía venir del baño al final del pasillo. Avanzó, sus pies descalzos pegándose ligeramente al suelo de madera.

Al llegar a la puerta del baño, el olor la golpeó. Un olor cobrizo, dulzón y nauseabundo. Empujó la puerta. La escena la paralizó, robándole el aire y el alma. Sombra estaba allí, colgado de la alcachofa de la ducha, inmóvil. Sus ojos, antes llenos de vida, ahora eran dos canicas de cristal opaco. Y de su garganta, abierta en una sonrisa grotesca, caía un hilo de sangre que golpeaba la cerámica del suelo.

drip… drip… drip…

Un grito mudo se formó en su garganta. El pánico, frío y afilado, la hizo retroceder. Tropezó y cayó. Se arrastró hacia atrás, lejos de esa visión infernal, con la mente en blanco, incapaz de procesar nada más que el terror puro. Su refugio era su habitación. Se puso en pie y corrió, cerrando la puerta tras de sí, buscando la seguridad de su cama, la seguridad que le daba su perro…

Pero el terror aún no había terminado. Al darse la vuelta, vio su pared, la que estaba frente a su cama. Y allí, escrito con la misma sangre que goteaba en el baño, con trazos infantiles y demenciales, había un mensaje.

NO SOLO LOS PERROS LAMEN

El mundo de Clara se derrumbó. Si su perro… si Sombra estaba muerto en el baño… ¿quién… o qué… le había estado lamiendo la mano toda la noche? Un sollozo escapó de sus labios mientras se metía bajo las sábanas, una defensa inútil contra una verdad insoportable. Y entonces, desde la oscuridad debajo de su cama, escuchó un susurro. Una voz ahogada, divertida y terriblemente cercana.

«Pero, cielo… los humanos también pueden lamer.»

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