La Calma Chicha: El Pueblo de la Costa Valenciana Donde el Silencio Oculta un Horror que Desafía la Razón

¿Te atreves a sumergirte en una historia de  terror psicológico que te hará cuestionar la realidad? ¿Crees en las  leyendas urbanas que se esconden en los rincones olvidados de nuestra geografía? Prepárate para viajar a Calamarina, un pequeño pueblo costero de la costa valenciana, donde el silencio no es solo una costumbre, sino una barrera contra un horror inconfesable. Esta no es una historia de fantasmas al uso; es un relato sobre los secretos que nos carcomen, la culpa que nos persigue y la delgada línea que separa la cordura de la locura. Sigue leyendo, si te atreves a enfrentarte a la verdad… Una verdad tan cercana que te hará dudar de todo lo que creías saber.

La calma chicha pueblo
de la costa valenciana

La Calma Chicha

Siempre he sido escéptica. Me dedico a desmontar mitos y leyendas en mi canal de YouTube, «La Cazadora de Bulos». Pero lo que viví en Calamarina… eso me cambió para siempre. No es solo una historia de miedo. Es una advertencia. Un recordatorio de que hay cosas que es mejor no saber, secretos que es mejor dejar enterrados. Pero, como buena youtuber, la curiosidad mató al gato… y casi me mata a mí.

La Llegada a Calamarina: Un Silencio Ensordecedor

Llegué a Calamarina un martes de octubre. El sol ya empezaba a declinar, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rojizos. El pueblo, a primera vista, parecía sacado de una postal: casitas blancas, calles empedradas, el mar en calma… Pero había algo raro. Una quietud antinatural. Un silencio que, en lugar de tranquilizar, ponía los pelos de punta.

El alcalde, un tipo llamado Ramón, me recibió en el Ayuntamiento. Tenía la cara marcada por el sol y el viento, y una mirada esquiva, como si ocultara algo. Me entregó un folleto arrugado, con las «Normas de Convivencia Nocturna». Parecía una broma de mal gusto:

  • «Después del ocaso, queda terminantemente prohibido hablar en voz alta. Cualquier sonido por encima de un susurro será castigado».
  • «Si, durante la noche, escucha una voz que no reconoce, tápese los oídos de inmediato y aléjese del lugar sin mirar atrás».
  • «No haga preguntas sobre aquellos que ya no están entre nosotros. Su destino es un tema que no debe ser discutido».

Me reí, por supuesto. Le dije al alcalde que me parecía una estrategia de marketing un poco exagerada para atraer turistas. Él no se rio. Me miró fijamente y me dijo, con una voz grave que me hizo un nudo en el estómago:

—No es marketing, señorita. Es una advertencia.

Los Primeros Días: Entre el Escepticismo y la Inquietud

Los primeros días en Calamarina fueron… extraños. Intenté hablar con la gente, preguntarles por las normas, por la historia del pueblo. Pero era como chocar contra un muro. Sonrisas forzadas, respuestas evasivas, miradas que se desviaban…

Grabé algunos vídeos para mi canal, burlándome un poco de la situación. Hice el payaso, susurré a la cámara, fingí estar asustada… Pero, en el fondo, empezaba a sentirme incómoda. Había algo en ese silencio, en esa atmósfera opresiva, que me estaba calando hondo.

Solo una persona se atrevió a hablar conmigo: Lola, una anciana que debía rondar los noventa años. La encontré sentada en un banco, frente al mar, con la mirada perdida en el horizonte. Me acerqué a ella, y me habló con una voz que era casi un hilo:

—El silencio… no es para protegernos de lo que hay fuera —me dijo, con los ojos llenos de lágrimas—. Es para que no recordemos… lo que hicimos. Lo que tuvimos que hacer.

La Noche del Desafío: El Silencio se Rompe

Esa noche, decidí que ya era suficiente. Estaba harta de secretismos, de miradas esquivas, de ese silencio asfixiante. A las dos de la madrugada, salí a la plaza del pueblo, con la linterna encendida y el móvil preparado para grabar un directo.

—¡Venga, Calamarina! —grité, con toda la fuerza de mis pulmones—. ¡Estoy aquí! ¡A ver si aparece el monstruo! ¡A ver si es verdad que os tragáis a los que hablamos!

El silencio que siguió a mi grito fue aún más aterrador que el anterior. Fue un silencio absoluto, total. Un silencio que parecía absorber todos los sonidos, incluso los latidos de mi propio corazón.

Y entonces, lo oí.

Mi propia voz. Pero distorsionada, retorcida, como si viniera de otro mundo. Repitiendo mis palabras, una y otra vez, mezcladas con unos lamentos que me helaron la sangre. Miré a mi alrededor, y vi que las sombras de los edificios se alargaban, se movían, cobraban vida. Formas humanas, pero sin rostro, sin rasgos definidos. Solo sombras.

Salí corriendo, gritando, sin mirar atrás. Llegué a la casa rural donde me alojaba, cerré la puerta con llave, y me metí debajo de la cama, temblando como una hoja.

Cuando me atreví a salir, ya era de día. Pero la casa no era la misma. Las paredes estaban cubiertas de pintadas hechas con barro fresco. Mensajes amenazantes, acusadores:

—»Tú tienes la culpa».

—»Te estábamos esperando».

—»No puedes escapar».

El Archivo del Ayuntamiento: La Verdad Oculta

Estaba aterrorizada, pero no pensaba rendirme. Tenía que saber qué estaba pasando en ese maldito pueblo. Me colé en el archivo del Ayuntamiento, aprovechando que la puerta estaba entreabierta. Rebusqué entre los papeles viejos, los documentos polvorientos, hasta que encontré lo que buscaba.

Un expediente, fechado en 1958. Un informe policial sobre un suceso que había ocurrido en Calamarina hacía más de sesenta años. Un crimen. Un crimen terrible.

Un grupo de pescadores, que habían salido a faenar una noche de tormenta, habían desaparecido. Sus barcas habían sido encontradas a la deriva, vacías. Los cuerpos nunca aparecieron.

Pero el informe insinuaba algo más. Algo que no se había hecho público. Algo que los habitantes de Calamarina habían intentado ocultar, enterrar bajo un manto de silencio.

Los pescadores no habían desaparecido por accidente. Habían sido asesinados. Asesinados por sus propios compañeros, por los otros habitantes del pueblo.

El motivo del crimen era un misterio. Pero el informe dejaba claro que había sido un acto colectivo, premeditado. Un pacto de sangre, sellado con un silencio eterno.

La Confesión de Lola: El Origen del Horror

Lola, la anciana, me encontró en el archivo. No se sorprendió al verme allí. Parecía que me estaba esperando.

—Ya lo sabes, ¿verdad? —me dijo, con una voz cansada—. Ya sabes lo que hicimos.

Me lo contó todo. La historia completa.

En 1958, Calamarina era un pueblo pobre, miserable. La pesca era su única fuente de ingresos, pero ese año, la pesca había sido escasa. Los hombres estaban desesperados.

Un día, llegó al pueblo un forastero. Un hombre rico, con un barco lleno de mercancías. Les ofreció un trato. Les daría todo lo que tenían, a cambio de algo que ellos poseían.

Al principio, los pescadores se negaron. Pero el forastero era persuasivo. Les habló de la riqueza, de la prosperidad, de un futuro mejor para sus familias.

Y al final, cedieron.

Le entregaron al forastero lo que pedía.

Sus almas.

No literalmente, claro. Pero sí en sentido figurado. Aceptaron cometer un acto terrible, un acto que los marcaría para siempre.

Asesinaron al forastero, se quedaron con su barco y sus mercancías, y hundieron su cuerpo en el mar.

Pero el crimen no quedó impune.

Desde esa noche, algo cambió en Calamarina. El silencio se convirtió en una necesidad, en una forma de protegerse de lo que habían hecho. Porque cada vez que alguien hablaba en voz alta, cada vez que alguien rompía el silencio, los recuerdos volvían. Y con los recuerdos, venía el horror.

Las sombras. Las voces. Las acusaciones.

El forastero, o lo que quedaba de él, seguía allí, en el mar, esperando su venganza.

La Cena Final: Un Banquete para las Sombras

—Tenemos que acabar con esto —le dije a Lola—. Tenemos que romper el silencio. Tenemos que enfrentarnos a lo que hicimos.

Organizamos una cena en la plaza del pueblo. Una cena a la luz de las velas, con la mesa puesta para todos los habitantes de Calamarina.

Los invité a todos. Les pedí que vinieran, que hablaran, que confesaran. Que rompieran el pacto de silencio.

No vino nadie.

Solo las sombras.

Aparecieron al caer la noche, deslizándose por las paredes, surgiendo de la oscuridad. Se sentaron alrededor de la mesa, ocupando los lugares vacíos.

Y entonces, empezaron a hablar.

Con las voces de los habitantes de Calamarina. Con las voces de los que habían desaparecido. Con mi propia voz.

—»Tú lo planeaste todo», me acusó una sombra, con la voz del alcalde.

—»Tú los convenciste», dijo otra, con la voz de Lola.

—»Tú los mataste», gritó una tercera, con mi propia voz.

Las sombras se retorcieron, se deformaron, mostrando rostros conocidos, desfigurados por el odio, la culpa, el dolor.

Corrí. Corrí como nunca había corrido en mi vida. Tropecé con algo. El cuerpo del alcalde, tendido en el suelo, con la cara congelada en una mueca de terror.

El Eco que Resuena: Una Duda que Persiste

A la mañana siguiente, me encontraron sentada en la plaza, cubierta de barro, murmurando frases inconexas. Me sacaron de Calamarina, me llevaron a un hospital, me diagnosticaron un brote psicótico.

Nunca volví a Calamarina. Pero Calamarina nunca me dejó a mí.

A veces, todavía oigo las voces. Las sombras. Las acusaciones.

Y me pregunto…

¿Fue real lo que viví? ¿O fue todo producto de mi imaginación, de mi sugestión, de la atmósfera opresiva de ese pueblo?

¿Existe realmente una maldición en Calamarina? ¿O es solo una leyenda, una forma de ocultar un crimen terrible?

No lo sé.

Y creo que nunca lo sabré.

Pero hay algo que sí sé.

El silencio puede ser más aterrador que cualquier grito.

La calma chicha pueblo costero de la costa valenciana, Terror en relatando.com

Conclusión

La historia de Calamarina me dejó una marca imborrable. Me hizo cuestionar la naturaleza del terror, la fragilidad de la mente humana y el poder de los secretos. ¿Qué crees tú? ¿Crees que Calamarina es solo un cuento, o que podría haber algo de verdad en él? Déjame tus comentarios, comparte esta entrada si te ha impactado, y suscríbete a mi canal para más historias que te harán dudar de la realidad.

Y recuerda… a veces, el silencio esconde horrores que es mejor no despertar. Pero otras veces, el silencio es cómplice. Y la verdad, por terrible que sea, merece ser contada.

Carlos y Mariluz

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