Teke Teke
TEKE TEKE
La mujer sin piernas 👻🚉
// NOTA DEL EDITOR_
El siguiente texto es la transcripción de una entrevista realizada a una joven universitaria que prefiere mantener el anonimato. Su testimonio, recogido por Carlos&Mariluz para relatando.com, narra una experiencia vivida en una de las estaciones de la red de Cercanías. Hemos decidido publicarlo sin alterar su contenido por su valor testimonial. Leed bajo vuestra propia responsabilidad.
Era una de esas noches de invierno cerradas y gélidas, en las que el silencio parece tener peso propio. El viento, cortante como un cuchillo, se colaba por los recovecos de la estación de tren del pueblo, arrastrando ecos solitarios y el olor a metal frío y ozono. Ana, una joven estudiante, tiritaba dentro de su abrigo mientras se arrepentía de no haber aceptado que la llevaran en coche. La fiesta había terminado tarde, y ahora, tras bajarse del último vagón del Cercanías, se encontraba completamente sola en la desoladora quietud del andén, esperando un autobús que parecía no tener intención de llegar.
Las luces de la estación parpadeaban con una intermitencia perezosa, arrojando sombras largas y danzantes que convertían las formas más mundanas en siluetas amenazantes. Mientras caminaba de un lado a otro para combatir el frío, sus botas resonando contra el cemento, un ruido extraño rompió la monotonía. Al principio, lo descartó como el arañazo de una rama contra una valla o quizá un gato hurgando en la basura. Pero el sonido no cesó. Se hizo más rítmico, más claro. Un raspar seco y constante que parecía venir de las propias vías.
Teke… teke… teke…
No era un animal. Era un eco metálico y orgánico a la vez, un golpeteo que le erizó la piel. La curiosidad, esa imprudente enemiga del miedo, la impulsó a asomarse al borde del andén, escudriñando la oscuridad más allá de la neblina que ascendía del balasto húmedo.
Lo que vio la petrificó. El aire se heló en sus pulmones.
A unos veinte metros, emergiendo de la bruma como una pesadilla que cobra forma, una figura se movía hacia ella. Era una mujer, o lo que quedaba de una. Se arrastraba de una manera antinatural y grotesca, impulsándose con una fuerza espasmódica sobre sus codos y manos. Su torso se balanceaba de forma inquietante, porque no había nada más debajo. No tenía piernas. Su cuerpo estaba brutalmente cercenado a la altura de la cadera.
Ana quiso gritar, pero el sonido se ahogó en su garganta, convertido en un gemido sordo. Paralizada por el horror, solo pudo observar. El cabello de la aparición, largo y negro, se pegaba a su rostro, ocultando sus facciones, pero el movimiento era lo que helaba la sangre: una locomoción frenética y depredadora. Y con cada impulso, sus manos o los muñones de sus huesos golpeaban el suelo de hormigón y metal, produciendo ese sonido infernal que ya retumbaba en su cabeza.
Teke… teke… teke…
El instinto de supervivencia finalmente destrozó su parálisis. Con un sollozo ahogado, Ana se giró y corrió. Corrió como nunca antes en su vida, con el corazón martilleando contra sus costillas como un pájaro enjaulado. No se atrevió a mirar atrás, pero no necesitaba hacerlo. El sonido la perseguía, cada vez más rápido, más cercano, un eco implacable de su terror. Sentía un aliento gélido en su nuca, un susurro que era puro frío.
Llegó a la rampa de salida y tropezó, cayendo sobre el asfalto de la calle solitaria. Se arrastró hacia la luz de una farola, jadeando, con lágrimas de pánico surcando su rostro. Cuando por fin tuvo el valor de darse la vuelta, la estación estaba en silencio. La figura había desaparecido. No quedaba ni rastro de ella, solo el vacío y la noche. Pero el miedo era una marca física, un tatuaje de hielo en su alma.
Al día siguiente, incapaz de sacudirse la imagen de la cabeza, buscó en internet. «Mujer sin piernas estación de tren», «sonido teke teke leyenda». Los resultados le devolvieron una historia que heló la sangre que le quedaba. Décadas atrás, una mujer llamada Kashima Reiko fue víctima de un terrible accidente en esa misma línea ferroviaria. Cayó a las vías y el tren la partió por la mitad. Desde entonces, su espíritu vengativo, su *onryō*, vaga por las estaciones al anochecer, arrastrando su torso y buscando a alguien para ocupar su lugar, o simplemente para compartir su mutilación. Los lugareños la llamaban «Teke Teke», por el sonido que anunciaba su llegada. El sonido que precedía a las desapariciones.
Ana nunca más esperó sola en una estación de tren. Pero el verdadero terror no era evitar el lugar. El terror era que, a veces, en el silencio de su habitación, cuando el viento golpea la ventana o la calefacción cruje, le parece volver a escuchar, muy a lo lejos, ese rítmico y familiar golpeteo.