El precio de mirar más allá del velo

Descubre qué les sucede a cuatro jóvenes que se encuentran con un horror primigenio en un festival pagano. Un relato que te hará cuestionar tu realidad y tu cordura.

El precio de mirar más allá del velo

El sol se ocultaba tras las copas de los árboles, tiñendo el cielo de un rojo sangriento. El festival había llegado a su punto álgido, y los sonidos de la música y las risas se mezclaban con el crepitar de las hogueras. Cuatro amigos se habían alejado del bullicio, buscando un lugar tranquilo donde charlar y disfrutar de la noche. Se habían instalado en un pequeño claro, junto a una cruz de piedra que parecía vigilar el bosque.

El festival era una fiesta pagana que se celebraba cada año en una localidad cercana, conocida por sus fiestas de gente joven que realizaban sin permiso. Era una ocasión para escapar de la rutina y divertirse sin límites, sin importar las consecuencias. Los asistentes al festival se disfrazaban de brujas, demonios, hadas y otras criaturas fantásticas, y bailaban alrededor de las hogueras, invocando a los espíritus de la naturaleza. Lo que no sabían era que estaban profanando un lugar sagrado, donde se ocultaba un secreto ancestral. Con sus brincos y saltos, con su música a todo volumen, con su alboroto y su jolgorio, estaban despertando al ser que dormía en el corazón del bosque, el horror primigenio que había sido invocado por el brujo Luz.

—¿Qué os parece si contamos historias de miedo? —propuso Laura, la más atrevida del grupo.

—¿Aquí? ¿En medio del bosque? —se quejó Carlos, el más miedoso.

—Venga, hombre, no seas aguafiestas. Es la noche perfecta para eso. Además, estamos en un festival pagano, seguro que hay leyendas interesantes sobre este lugar —insistió Laura.

—Yo paso, prefiero disfrutar de la naturaleza y de la compañía —dijo Ana, la más sensata.

—Yo me apunto, me encantan las historias de miedo —dijo David, el más curioso.

—Pues yo empiezo —dijo Laura, mirando a su alrededor—. ¿Veis esa cruz de piedra? Pues dicen que marca el paraje donde se enterró a un brujo que practicaba la magia negra. Se llamaba Luz, y era el líder de una secta que adoraba a un dios antiguo y maligno. Una noche, como esta, celebraron un ritual para invocar a su dios, pero algo salió mal y el brujo murió en el acto. Sus seguidores huyeron, dejando su cuerpo en el suelo. Los lugareños lo encontraron al día siguiente, y lo enterraron aquí, poniendo una cruz con su nombre para que nadie olvidara su maldad.

—¿Y qué pasó con el dios que invocaron? —preguntó David, intrigado.

—Nadie lo sabe. Algunos dicen que se quedó atrapado en el bosque, esperando a que alguien lo libere. Otros dicen que se llevó las almas de los seguidores del brujo, y que a veces se oyen sus lamentos entre los árboles. Y otros dicen que todo es una leyenda, y que el brujo era solo un loco que se creía mago.

—¿Y tú qué crees? —preguntó Carlos, nervioso.

—Yo creo que… —Laura se interrumpió al oír un ruido detrás de ellos. Se giraron y vieron una silueta que se acercaba desde la oscuridad del bosque. Era un hombre anciano, de aspecto cadavérico y ojos vacíos. Vestía una túnica negra y llevaba un bastón de madera. Su presencia emanaba un aura de terror que helaba la sangre.

—No deberían estar aquí… —murmuró el anciano con una voz que parecía salir de una tumba.

Los jóvenes se quedaron paralizados, incapaces de reaccionar. El anciano se detuvo frente a ellos, y los miró con una expresión de desprecio.

—Sois unos insensatos. Habéis profanado el lugar sagrado del Primigenio, el dios que duerme en el corazón del bosque. Esta noche, en la culminación del aquelarre, despertará de su letargo y reclamará su tributo. Y vosotros seréis los primeros en ofrecérselo.

—¿De qué está hablando? —preguntó Ana, temblando.

—¿Quién es usted? —preguntó David, intentando mantener la calma.

—Soy el último de los iniciados, el guardián de los secretos que destruirían vuestra cordura. Soy el heredero de Luz, el brujo que osó llamar al Primigenio. Y soy el único que puede mostraros la verdad que se esconde tras el velo de la realidad.

—Está loco, tenemos que irnos de aquí —dijo Carlos, tratando de levantarse.

—No podéis escapar. El Primigenio os ha elegido, y no hay nada que podáis hacer para evitarlo. Venid conmigo, y contemplad el horror que devora este bosque desde tiempos inmemoriales.

El anciano se dio la vuelta y se dirigió hacia el festival, arrastrando los pies. Los jóvenes sintieron una fuerza irresistible que los empujaba a seguirlo, como si estuvieran hipnotizados. No podían resistirse, ni gritar, ni pedir ayuda. Solo podían caminar tras el espectro, hacia el abismo que los esperaba.

Llegaron al centro del festival, donde una multitud de personas bailaba alrededor de una gran hoguera. La música había cambiado, y ahora sonaba un cántico primigenio que evocaba a las sombras del inframundo. Los jóvenes se dieron cuenta de que las personas que bailaban no eran humanas, sino entes espectrales que habían adoptado formas grotescas y monstruosas. Tenían cuernos, garras, colas, alas, tentáculos y otros rasgos aberrantes. Sus rostros reflejaban una locura inhumana, y sus ojos brillaban con una luz demoníaca.

En el centro de la hoguera, una figura Zal-Goroth se alzaba sobre el fuego, danzando con una gracia sobrenatural. Era una masa informe de carne y hueso, con fauces como un abismo y múltiples extremidades huesudas que se contorsionaban al ritmo de la melodía endemoniada. Era el Primigenio, el dios antiguo y maligno que había sido invocado por el brujo Luz. Su presencia llenaba el aire de una energía oscura y opresiva, que hacía que el tiempo y el espacio se distorsionaran.

Zal-Goroth: un dios antiguo que habita en las profundidades de la tierra, y que causa terremotos y erupciones volcánicas cuando se agita en su sueño. Su forma es la de una montaña de carne y roca, con tentáculos, ojos y bocas por todas partes.

Los jóvenes se quedaron petrificados, incapaces de apartar la mirada de la criatura Zal-Goroth. Sentían que su mente se desmoronaba, que su realidad se desvanecía. Habían visto lo que ningún mortal debería ver, y eso les había condenado para siempre.

—Les advertí que no estaban preparados —dijo el anciano, con una sonrisa maliciosa—. Nadie que contemple al Primigenio regresa jamás a la normalidad. Han presenciado lo que ningún mortal debería ver. Ahora, esta noche les perseguirá eternamente.

El Primigenio posó sus ojos abisales sobre ellos, y emitió un alarido que traspasaba dimensiones. Los jóvenes sintieron que la visión del ser Zal-Goroth se grababa a fuego en sus retinas, destrozando para siempre su percepción de la realidad. El Primigenio extendió sus tentáculos hacia ellos, y los atrapó con una fuerza implacable. Los arrastró hacia su boca, y los devoró sin piedad.

Cuando el sol despuntó, los lugareños hallaron el campamento vacío, con señales de lucha. No había rastro de los cuatro amigos, ni de los demás asistentes al festival. Solo quedaban cenizas y huesos. Dicen que a veces, en las noches sin luna, se oyen gritos desgarradores entre los árboles. Son los jóvenes, atrapados para siempre en una noche fuera de la realidad, huyendo del Primigenio que solo ellos pueden ver, la criatura Zal-Goroth que les perseguirá hasta el final de los tiempos.

Ese es el precio de mirar más allá del velo, de entreabrir la puerta que divide nuestro mundo, de la infinita locura que aguarda del otro lado, hambrienta de almas humanas. Quien mira al abismo, tarde o temprano siente su oscura e insondable mirada devolviéndole la suya…


  • Zal-Goroth: un dios antiguo que habita en las profundidades de la tierra, y que causa terremotos y erupciones volcánicas cuando se agita en su sueño. Su forma es la de una montaña de carne y roca, con tentáculos, ojos y bocas por todas partes.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

En este momento estás viendo El precio de mirar más allá del velo
Descubre qué les sucede a cuatro jóvenes que se encuentran con un horror primigenio en un festival pagano. Un relato que te hará cuestionar tu realidad y tu cordura.