La Librería de Medianoche

La Librería de Medianoche

Dicen que hay lugares que sólo existen para quienes los necesitan. En mi ciudad, los jueves la lluvia se cuela por los tejados como un invitado incómodo. Esta noche de jueves, gotas gruesas tamborilean en la ventana de mi segundo piso, y una hoja de papel, empapada de nostalgia y tinta corrida, aparece misteriosamente bajo la puerta:

«Se venden recuerdos, sueños y cosas perdidas. Llame a la puerta después de la medianoche.»

No dice vendedor, ni dirección exacta, pero el reverso huele a papel viejo y promesas rotas. No sé por qué, pero en mi insomnio, algo en mí sabe lo que debo hacer.

Desde que Clara murió, las noches son mapas sin destino. Mi hermana era mi brújula: con ella todo tenía sentido, hasta las tormentas. Ahora sólo me abrazo a su última promesa—«Volveré por ti, aunque sea en un sueño.»

Esa frase, cada noche, se repite en mi cabeza. Esta noche, me sorprendo a mí misma caminando bajo la lluvia, siguiendo mi sombra por calles casi vacías y farolas temblorosas. El volante húmedo se arruga en mi puño. El reloj de mi teléfono marca las 12:07am cuando encuentro la fachada Vetusta de la librería: un toldo polvoriento, una puerta de roble con herrajes oxidados y un timbre de campana tan antiguo como la ciudad misma.

Respiro hondo. Golpeo la puerta tres veces. El sonido se pierde, tragado por la oscuridad.

El Umbral

La puerta se abre con un susurro, como si estuviera esperando desde hace cien años. El interior parece un túnel de otro siglo: lámparas de gas parpadean en estanterías que se pierden en las sombras. El aire huele a madera vieja y tinta, y mi reflejo, distorsionado en los cristales, parece menos cansado, casi curiosamente renovado.

Un hombre de rostro pálido, vestido con chaqueta de terciopelo oscuro y corbata mal anudada, me mira desde detrás de un mostrador. Sus manos largas y delgadas parecen más hueso que piel. Su sonrisa es delgada como el filo de una carta.

—Bienvenida, Sofía. —Dice mi nombre antes de que yo pueda presentarme.

Siento un escalofrío. Decido no preguntar cómo sabe quién soy.

—Busco algo—musito, mi voz ahogada por los relojes que cuelgan del techo, todos marcando medianoche.

—Aquí todos buscan algo —suspira—. A veces, ni siquiera saben qué es.
Camina hasta una estantería, saca un libro de pasta negra y se lo entrega a una anciana encorvada que aparece desde las sombras. Sus ojos son pozos de recuerdos. Al salir, la anciana deja atrás un suspiro y una palabra apenas audible: “Gracias”.

—¿Ha venido antes? —pregunto.

—Todos han venido alguna vez. Todos vuelven algún día.

Parece que el tiempo no se mueve aquí; es más espeso, más denso. Siento las palabras de Clara apretadas en mi pecho. El vendedor me señala una sección al fondo: «Memorias Recobradas».

—¿Por qué vender recuerdos? —pregunto, temblando entre curiosidad y miedo.

—Algunos recuerdos son demasiado pesados para cargarlos solos.

Camino entre los pasillos. Encuentro libros con mi nombre, portadas con la voz de mis dolores—pero uno llama mi atención por encima de los demás: pequeño, encuadernado en piel clara. Cuando lo abro, una página cae al suelo. Es una foto de Clara y yo, bajo el sol, riendo sin saber lo que vendría.

En ese momento, todos los relojes se detienen.

El Primer Giro

—¿Qué precio tiene este recuerdo? —pregunto.

—Cada memoria tiene su costo —dice el hombre—. A veces, el precio es más de lo que estás dispuesta a pagar.

—¿Puedo recuperar algo perdido?

—Aquí, todo lo perdido puede encontrarse… o perderse para siempre.

Pienso en la promesa de Clara. En la noche del hospital.
El vendedor me mira fijamente, con unos ojos que parecen entender demasiado.

—Quiero ver a Clara otra vez —susurro.

Él asiente, toma el libro y rasga una de las páginas. El sonido es doloroso, como si arrancara algo vivo. Siento un vértigo punzante. La luz se apaga por un instante y, cuando vuelve, ante mí está Clara: joven, intacta, sonriendo como en la foto.

Pero algo no está bien. Sus ojos parecen huecos, como espejos rotos. Su sonrisa no se mueve.

—¿Clara? —mi voz tiembla.

—Volví por ti, aunque sea en un sueño —dice ella, con la voz que recuerdo… pero extrañamente lejana, metálica, como si hablara a través del agua.

Quiero abrazarla, quiero sentir de nuevo ese lazo. Pero cuando la toco, mi mano atraviesa su cuerpo y el frío es insoportable. Es la nostalgia hecha carne. La librería se oscurece, las paredes se acercan.

—¿Es esto lo que querías? —susurra la voz del vendedor—. Aquí puedes ver a quien se fue… pero ya no puedes salir igual.

Intento correr, pero el pasillo se alarga, los estantes se multiplican, los relojes repiten mi nombre. Clara camina tras de mí.

—Sofía, no lo olvides. Aquí, los recuerdos eligen a quién quedarse.

El Clímax

Desesperada, arrojo el libro al suelo. La librería tiembla, los libros caen, las luces chisporrotean. El vendedor aparece frente a mí, su rostro ahora desencajado, monstruoso, rostros superpuestos de todos los que han perdido algo.

—Para recuperar lo perdido, tienes que perder algo más… ¿Estás lista para olvidar?
Mi memoria se tambalea: imágenes, palabras, un desfile de días y noches al borde del abismo.

Clara toma mi mano. Por un instante, todo el dolor desaparece.

—¿Puedes dejarme ir? —pregunta ella, su voz tenue.

Lágrimas, lluvia y todo lo que nunca dije.
—Sí —respondo, temblando.

La librería se disuelve en sombras y silencio. Clara sonríe una última vez y se desvanece entre libros flotando como plumas negras.

El Final

Abro los ojos y estoy en mi cama, empapada de sudor. El volante sigue en mi bolsillo, pero ahora está en blanco. Afuera, los relojes marcan las 3:33am. Me levanto y encuentro una nota escrita en mi escritorio, con una caligrafía que no es la mía:

«Para avanzar, hay que soltar. Bajo la lluvia, siempre hay nuevas páginas.»

La ciudad vuelve a ser gris y lluviosa. Pero al mirar al cielo, entiendo: algunas librerías sólo abren para quienes llevan peso en el alma. Tal vez, algún jueves, regrese. Pero esta vez, sé a qué he ido.

En mi corazón, los recuerdos pesan menos.

Y afuera, bajo la lluvia, algo, alguien, me vigila entre los charcos y las sombras, esperando la próxima medianoche.

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