El Experimento del Dr. García: Una Pesadilla Desatada
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El Dr. Alan García, un joven biólogo molecular de mente brillante, llevaba meses consumiéndose en su laboratorio. Su ambición desbordante lo había empujado a desarrollar una sustancia experimental, un elixir que prometía desatar el potencial sobrenatural del cerebro humano. A pesar de las advertencias de sus colegas, que veían en su investigación una peligrosa incursión en lo desconocido, García seguía adelante, cegado por la promesa de un descubrimiento revolucionario.
En su mente, los riesgos palidecían ante la magnitud de su objetivo: acceder a las regiones más profundas de la mente y transformar a los seres humanos en entidades capaces de controlar lo imposible. No obstante, para que su investigación cobrara vida, necesitaba sujetos. Seres humanos que se atrevieran a cruzar la frontera de lo imposible. El susurro de su experimento llegó a los oídos de los jóvenes del reformatorio juvenil, un lugar donde la esperanza apenas sobrevivía entre la desesperación y el resentimiento.
Marco, un chico astuto de 16 años con un historial de robos, fue el primero en escuchar el rumor. La vida nunca le había ofrecido ninguna ventaja, y la pobreza lo había endurecido. Sin embargo, la oportunidad de escapar de su destino a través de habilidades sobrehumanas lo tentaba profundamente. Mientras consideraba la propuesta, se imaginaba ascendiendo a las alturas del poder, convirtiéndose en algo más que el ladrón insignificante que el mundo había marcado como paria.
Valentina, con 17 años, tenía una historia mucho más dolorosa. Atrapada en las garras de la adicción, cada día era una lucha por evadir el vacío que la consumía. Había sido abandonada y traicionada demasiadas veces para confiar en algo o alguien, pero el elixir del Dr. García parecía ofrecer una salida. No buscaba poder para dominar a otros, sino para protegerse a sí misma, para encontrar la fuerza que nunca había tenido.
Daniel, de 15 años, era el más silencioso del grupo. Sus ojos oscuros escondían un pasado marcado por la violencia, aunque nunca hablaba de ello. Sabía que el experimento le interesaba, pero sus motivos eran un misterio. ¿Venganza? ¿Protección? Nadie podía saberlo con certeza, ni siquiera él. Lo único claro era que buscaba algo, una chispa de poder en el caos de su vida.
Junto a ellos, otros jóvenes del reformatorio, como Juan, un huérfano que veía en el experimento su única tabla de salvación, y Mariana, una chica rebelde con una feroz necesidad de reconocimiento, también se unieron al extraño y peligroso proyecto.
El Dr. García los recibió en su laboratorio con una mezcla de entusiasmo y preocupación oculta. Su obsesión por el éxito ocultaba la creciente inquietud que lo acosaba. Cuando los jóvenes se sentaron frente a él, su mirada se oscureció brevemente, como si vislumbrara lo que vendría. Pero desechó el pensamiento. «Esto cambiará sus vidas», les aseguró, mientras colocaba las jeringas con el suero experimental sobre la mesa.
Uno a uno, inyectó la sustancia en los brazos de los voluntarios. Al principio, no sucedió nada extraordinario. Una leve descarga recorrió sus cuerpos, como una vibración sutil, y luego una oleada de energía. Los chicos se miraron entre sí con expectación, sintiendo que algo dentro de ellos comenzaba a despertarse.
Pero la euforia inicial fue solo una ilusión. Lentamente, la sustancia comenzó a tomar el control, y lo que al principio se sintió como poder pronto se convirtió en terror.
Marco fue el primero en notar algo extraño. Su visión se nublaba y las sombras en los rincones del laboratorio parecían moverse. Al principio, solo fue un parpadeo, algo que podía ignorar. Pero, pronto, esas sombras comenzaron a formarse en figuras grotescas, que lo observaban con ojos vacíos. Al principio trató de desviar la mirada, pero no pudo. Los susurros de las sombras llenaron su mente, prometiéndole poder, destrucción… y una oscuridad que lo atrapaba cada vez más. Sintió una extraña fascinación por esos seres oscuros, pero la realidad de su creciente miedo lo consumió.
Valentina experimentó una sensación de liberación al principio. La ansiedad que solía atormentarla había desaparecido, dando lugar a una extraña euforia que la invadía. Sin embargo, esta sensación pronto se tornó ominosa. Una risa incontrolable surgió de su garganta, convirtiéndose en carcajadas que no podía contener. Su piel empezó a reaccionar de forma alarmante: ampollas se formaban, crecían y explotaban, liberando un líquido oscuro y maloliente. «¡No! ¡Esto no es lo que quería!» gritó, mientras su cuerpo se retorcía, convirtiéndose en una cárcel que se desmoronaba ante sus propios ojos.
Daniel, por su parte, parecía calmo al principio. Pero su calma solo era la máscara de un horror profundo. Su cuerpo comenzó a contorsionarse de maneras imposibles, como si sus huesos y músculos ya no siguieran las leyes de la naturaleza. Sus extremidades se retorcían y alargaban, su rostro se desfiguraba en un gesto de dolor que no emitía gritos, solo gruñidos guturales. Su transformación fue la más silenciosa, pero la más perturbadora. El poder que buscaba se había convertido en una fuerza que lo desgarraba por dentro.
El Dr. García, viendo lo que había desatado, intentó detener el experimento, pero ya era demasiado tarde. Los jóvenes, consumidos por el caos de sus mutaciones, se volvieron contra él. Con ojos llenos de furia y desesperación, rompieron las paredes del laboratorio y escaparon a la ciudad.
Marco, ahora con una agilidad sobrenatural, trepaba por los edificios, dejando profundas marcas en el concreto con sus dedos afilados. Valentina, moviéndose erráticamente, dejaba un rastro de destrucción a su paso, mientras su risa maníaca resonaba en la noche. Daniel, más deformado que humano, se arrastraba por las alcantarillas, su cuerpo dejando un rastro de sangre y viscosidad.
La ciudad pronto se convirtió en un escenario de pesadilla. La policía, impotente, solo podía observar cómo estos jóvenes monstruos sembraban el caos a su paso. Mientras tanto, los tres convergieron en un edificio en ruinas, atraídos por un instinto desconocido. Allí, bajo la sombra del esqueleto de concreto, ocurrió lo impensable.
Sus cuerpos, destrozados y deformados, comenzaron a fusionarse en una sola entidad grotesca. Carne, hueso y odio se entrelazaron en una abominación colosal, una criatura con múltiples ojos que brillaban con luz enferma y bocas llenas de dientes afilados que goteaban líquido negro. Su rugido sacudió la ciudad hasta los cimientos, paralizando de terror a los pocos que se atrevían a mirar.
De pronto, la tierra tembló y un portal oscuro se abrió frente a la criatura. Como si el propio universo rechazara su existencia, el monstruo fue tragado por el abismo, desapareciendo de este mundo en un destello de oscuridad.
La ciudad quedó en ruinas, marcada para siempre por el desastre. Los sobrevivientes susurraban historias de la noche en que la ciencia desató el infierno. El Dr. García, desaparecido sin dejar rastro, se convirtió en una leyenda, un hombre consumido por su ambición, tal vez atrapado para siempre en el mismo abismo que su creación.
Su historia se transformó en advertencia, una sombra que colgaba sobre el futuro de la humanidad: los límites de la naturaleza no deben ser cruzados sin consecuencias devastadoras.
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