La Verdad de la Fábrica Abandonada

La Verdad de la Fábrica Abandonada

El misterio psicológico de unos jóvenes en una fábrica.


Era una noche gélida y oscura. El viento aullaba espantando a los propios perros de la zona, en la pequeña ciudad de Puzol. La protagonista principal, una joven llamada Sarah, se encontraba en su habitación, La estancia de la adolescente de 22 años en Puzol parecía una explosión de color y caos. La joven alocada y extrovertida había convertido su espacio personal en un remolino de ropa, accesorios y tecnología de última generación. Y entre todos los gadgets que había en su habitación, había uno que destacaba por encima del resto: su nuevo móvil de última generación.

La chica no podía contener su emoción mientras sostenía el cacharrito entre sus manos, explorando todas sus funciones y características. Pero su alegría se convirtió en incertidumbre cuando recibió un mensaje de texto de un número desconocido en su dispositivo. Era un extraño mensaje que decía:

—¿Quieres saber la verdad?—. Esa era la única frase del mensaje.

Sarah se sorprendió, abriendo los ojos de par en par, reviso rápidamente en la agenda, quien podía ser el que le ha mandado ese mensaje. Tras no encontrar a ningún contacto que pudiera haber sido, la curiosidad le mordía el estómago, y decidió responder sin tan siquiera pensarlo. Escribió.

“¿La verdad acerca de qué?”.

La respuesta no se hizo esperar. El nuevo móvil de Sarah sonó con su peculiar timbre, que ella misma había instalado hacía unos pocos minutos antes. Lo dejó caer encima de la cama y cogió los cascos que tenía en la mesita de noche, suponía que era una broma de sus amigas. Una vez se colocó los auriculares, los acomodo en sus oídos. Cogió de nuevo el móvil, dispuesta a escuchar su música como todas las noches. Vio en la pantalla el último mensaje que no le había prestado atención.

“Ven a la vieja fábrica abandonada a las afueras del pueblo, esta noche a las 12 en punto. Allí encontrarás todas las respuestas que necesitas”.

Un nuevo mensaje, a los pocos segundos de recibir el primero, le alentaba a no faltar a la cita. La fatalidad comenzó a afilar su macabro destino. Decía.

—No faltes, ten la absoluta seguridad que la verdad saldrá a la luz si no vienes.

Sarah se levantó de la cama, donde estaba acostada, tonteando con el móvil, de un salto se quedó en pie mirando el último mensaje, su rostro cambio por completo, pasó, en un momento, a morderse las uñas. Recordó en ese instante que hacía años que había dejado esa asquerosa manía. Su rostro aterrado, gritaba socorro. ¿Qué podría saber? ¿Cuál sería la verdad? Repaso con la mente a la velocidad de la luz todas sus experiencias y situaciones comprometidas, tratando de averiguar que es lo que podían saber de ella, dio vueltas como un animal enjaulado, por su habitación. Su mirada se perdía en la lejanía del infinito, devanándose los recuerdos uno tras otro. No conseguía poder saber cuál de todas las fechorías sería la que han descubierto. La mente de la adolescente empezó a divagar y a imaginar todo tipo de escenarios posibles. ¿Qué información tenía esa persona? ¿Cómo había conseguido su número de teléfono? ¿Qué quería de ella? La curiosidad y la preocupación se mezclaron en su cabeza, creando un torbellino de emociones.

La habitación se llenó de un silencio inquietante mientras Sarah, estudiaba el mensaje en su móvil, tratando de encontrar alguna pista o indicio que le ayudara a descubrir la identidad del remitente. Con los nervios a flor de piel, y asustada, mandó un mensaje a su grupo de amigos. Unos jóvenes que no les hacía falta nada para meterse en líos. Así que esto les alentó a ayudar y ofrecerse a ir con ella a la fábrica y ver quien estaba detrás de estos mensajes y qué demonios sabían, sobre la verdad.

Se reunieron todos en la salida del pueblo para ir juntos a la fábrica abandonada, no faltaron las bromas y el cachondeo mientras caminaban en su dirección. Sarah, se le veía en la cara cierta preocupación e intranquilidad, a pesar de ir acompañada de sus amigos. En total eran cinco personas: dos chicas, incluyendo a ella, y tres chicos. Todos ellos practicaban deportes, estaban en buena forma y preparados para enfrentarse a cualquier demente que pudiera aparecer. Al menos eso pensaba Sarah mientras llegaban a la fábrica.

La fábrica abandonada se alzaba como un espectro solitario en las desoladas afueras de Puzol. Sus paredes desgastadas, agrietadas y cubiertas de hiedra, parecían susurrar secretos a cualquier alma valiente que se atreviera a acercarse demasiado. Las ventanas rotas y descoloridas permitían que la luz del sol se filtrara en el interior, iluminando las sombras que se ocultaban detrás de cada esquina. A las doce, en punto de la noche, alcanzaron la puerta de la fábrica. El lugar similar a la boca de un animal, húmedo, oscuro y desierto, y un escalofrío recorrió el cuerpo de Sarah al entrar. No había nadie que alcanzara ver.

Mientras caminaban por el umbral, la oscuridad se cernía sobre ellos como un manto denso y pesado. Un fuerte olor a óxido y humedad invadía sus sentidos mientras los sonidos siniestros de chirridos y crujidos se arrastraban por el aire. Cada paso que daban parecía resonar en los pasillos vacíos, llenos de escombros y restos de maquinaria oxidada. A medida que avanzaba, las sombras se movían y se retorcían a su alrededor, como si estuvieran vivas. El viento gemía a través de las rendijas y agujeros en el techo, creando un coro aterrador de sonidos inquietantes. Los murciélagos y otras criaturas de la noche parecían acechar en cada rincón, aguardando a su próxima víctima. Comenzaron a reírse y a comentar que quizás los mensajitos podía ser una idea de uno de los amigos, un tal Manuel, que no lo veían desde hacía algunos días, seguro que había sido él, para reírse de ellos, eso comentaba Pedro. Un estruendo rompió la tranquilidad de la noche. Escucharon un ruido detrás de ellos. Se dieron vuelta rápidamente, pero no había nada allí. La agitación aumentó cuando comenzaron a escuchar más ruidos extraños, y las luces del exterior parpadearon y se apagaron. Se miraron entre ellos con caras de preocupación y cierto miedo en los ojos.

Hablaron entre ellos y decidieron investigar, intentando averiguar quien estaba detrás de los mensajes. Los jóvenes se dividieron para explorar el lugar y encontrar alguna pista de que estaba sucediendo. Llegaron a una gran sala central, donde una enorme máquina se había quedado paralizada en el tiempo. Su estructura de hierro retorcido y oxidado parecía una araña gigante, con sus patas de metal extendiéndose en todas direcciones. Pero lo más inquietante de todo era el extraño símbolo tallado en la pared detrás de la máquina, como si fuera una advertencia de un peligro aún mayor. Mientras tanto, Sarah continuó recibiendo mensajes, cada vez más extraños, del número desconocido. Pero esta vez, los mensajes eran amenazas.

—¡No! ¡Debiste haber venido sola! ¡Esto te costará caro!

—Si no se marchan ahora, os vais a arrepentir de estar aquí.

Sarah, al ver estos dos mensajes, un grito le cayó de los pulmones, el miedo que le perseguía, tratando de contenerlo, salió por fin al exterior con toda su furia y rebeldía. Sus manos estaban temblando y en un movimiento nervioso, tratando de avisar a sus amigos de las amenazas recibidas, se resbaló el teléfono de las manos. El golpe rompió su corazón, miró el móvil y se agachó a por él. Necesitaba saber que todavía funcionaba. Lo sostenía en la mano cuando un sonido escalofriante retumbo por todo el recinto, haciendo caer algunos trozos del tejado, medio en ruinas. Los gritos de los que allí se encontraban, parecían componer una sinfonía aterradora, macabra, que llamaba al mismísimo mal que se acercara. Se reunieron de nuevo con el terror de abrigo, arropándolos.

Les enseño el móvil que por suerte aún funcionaba, a pesar del golpe que se llevó. No daban crédito a los mensajes. No se lo pensaron y emprendieron camino de vuelta al pueblo. Los cinco móviles sonaron de manera insistente. Habían recibido un mensaje todos.

—Ya es tarde, muy tarde.

Nada más verlos se miraron horrorizados ¿Cómo podían saber el número de todos? ¿Cómo hizo sonar los teléfonos de esa forma?

Comenzaron a correr con desesperación, sin saber por qué. Nadie estaba detrás de ellos. Pero les dio igual, continuaban corriendo.

Al llegar a la salida de la fábrica, un antiguo amigo, Juan, del que se burlaron durante años en el colegio, los estaba esperando.

La agitación en el ambiente se palpaba como una densa niebla que los envolvía a todos. Pedro, Sarah y los demás, estaban allí parados frente a Juan, aquel antiguo compañero de colegio del que se burlaron durante años y que ahora lucía un aspecto siniestro y macabro, como sacado de una película de terror. Sus ropas, andrajosas y desgarradas, parecían querer escapar de su cuerpo, como si quisieran huir de algo. Sin embargo, a pesar de la apariencia terrorífica que presentaba, no era difícil reconocerlo: era Juan, el mismo niño al que habían acosado en el pasado. Las risas de Juan resonaban en el silencio de la noche, provocando un escalofrío en la espalda de los presentes. Era como si su presencia emanara una energía oscura, tenebrosa, que les causaba cierta náusea y repulsión.

Sarah, al verlo, sintió que su corazón se detenía por un momento. Recordó todas las barbaridades que le hizo pasar cuando eran niños, y todo vino a su cabeza de golpe, como una lluvia de mil agujas que le perforaban la piel. Las mil putadas que le hicieron sufrir, sobre todo ella, fue la más dura. Recordaba que se insinuó a Juan tratando de seducirlo, engañándolo para que se desnudara, y una vez desnudo, le quitó la ropa y lo dejo allí, para que todos en el instituto se burlaran durante años de él. Un resentimiento de culpabilidad le recorrió todo el cuerpo, cuando le vino a la memoria la salvajada de empujarlo desde el puente del pueblo, y que cayera al vacío. Se rompió la pierna y un brazo. El pánico se apoderó de ella y comenzó a temblar y llorar de miedo al recordar una conversación que había escuchado unos días atrás. Dos vecinos del pueblo hablaban sobre el entierro de Juan y, al escucharlo, comprendió su cruel destino. Los demás permanecieron en silencio. Se los cargo con un simple movimiento de manos, inexplicable, pero muy efectivo, con el inmenso sable que llevaba. La incertidumbre se apoderó de Sarah, mientras las lágrimas seguían cayendo sin cesar

Sarah, llorando en el suelo, le rogaba por su vida y le pedía perdón por todo el sufrimiento que le hizo pasar. Juan, con su sórdida apariencia, se le acercó y le susurro al oído.

La envolvió con su capa, que llevaba consigo, y desaparecieron juntos como se desvanece el humo de un cigarro, en la tenebrosa, lúgubre y oscura noche de Puzol.


Después de su desaparición en la noche, nunca más se volvió a ver a Sarah. La policía inició una búsqueda intensiva, pero no encontró rastro alguno de ella. Un año después, una caja misteriosa apareció en la puerta de la casa de los padres de Sarah. Dentro había una nota macabra escrita por Sarah, confesando que había sido torturada y asesinada por un ser maléfico para su propio deleite. Además, había una grabación en video que mostraba el cruel tormento al que la había sometido. En el video se podía ver solo a Sarah como se torturaba ella misma y se realizaba auténticas y salvajadas, consideraron que perdió la cabeza y se volvió completamente loca, le echaron la culpa de la muerte de sus amigos.

La familia de Sarah se sumió en el dolor y la desesperación, y nunca se recuperó completamente de aquella tragedia. La memoria de la pobre Sarah y su fatídico final perduró para siempre en la comunidad de Puzol.

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