Vecinas

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El zumbido del ascensor resonaba en el pequeño espacio metálico mientras Lorena esperaba con impaciencia a que las puertas se abrieran. Había estado viviendo en el edificio de apartamentos durante un par de semanas, y aunque no conocía a todos sus vecinos, estaba acostumbrada a los encuentros en el ascensor. Eran típicos y, a menudo, triviales. Pero ese día sería diferente.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, una mujer de cabello oscuro, María, estaba esperando para entrar. Sonrió y saludó a Lorena amablemente. “¡Hola! ¿Cómo estás?”.

Lorena respondió con una sonrisa, aliviada de no tener que tomar el ascensor sola. “¡Hola! Estoy bien, gracias. ¿Y tú?”.

Pero en lugar de responder de inmediato, María la miró fijamente durante unos segundos, como si estuviera escudriñando su alma. “He estado mejor. ¿Sabes?”. Su tono de voz era ligeramente inquietante, pero Lorena lo atribuyó a un mal día.

“Lo siento por escuchar eso. Todos tenemos días malos”, respondió Lorena, tratando de ser empática.

Pero María no parecía dispuesta a dejarlo pasar tan fácilmente. “¿Sabes? A veces siento que la vida no tiene sentido. Como si estuviéramos atrapados en una jaula, sin posibilidad de escape”.

Lorena no sabía muy bien cómo responder a eso, pero asintió con empatía. “Entiendo lo que quieres decir. La vida puede ser difícil a veces, pero siempre hay una forma de superar los obstáculos”.

La sonrisa de María se ensanchó, pero no era una sonrisa reconfortante. “¿Estás segura de eso? A veces me pregunto si la única forma de escapar de esta jaula es… a través del sufrimiento”.

Las palabras de María enviaron un escalofrío por la espalda de Lorena. No sabía a qué se refería con “a través del sufrimiento”, pero no le gustaba la dirección en la que iba la conversación. “Bueno, creo que hay formas más saludables de enfrentar los desafíos de la vida”.

María se inclinó hacia Lorena, su mirada fija en los ojos de Lorena. “Pero ¿qué pasa si el sufrimiento es la única forma de encontrar la verdadera liberación?”. Su voz era casi un susurro, lleno de un inquietante fervor.

Lorena comenzaba a sentirse incómoda. “No estoy segura de lo que estás hablando, María. El sufrimiento no debería ser la respuesta a nuestros problemas”.

Las puertas del ascensor se abrieron en ese momento, y Lorena aprovechó la oportunidad para salir, deseando alejarse de esa conversación perturbadora. Pero María la siguió, sin perder el ritmo. “¿Y si te dijera que he encontrado la liberación a través del dolor? ¿Y si te dijera que es la única forma de sentirse realmente viva?”.

Lorena sintió un nudo en el estómago mientras caminaba por el pasillo hacia su apartamento. No sabía cómo responder a las palabras de María, que se volvían cada vez más inquietantes. “No creo que el dolor sea la única forma de sentirse viva. Hay muchas otras formas de experimentar la vida y la felicidad”.

María la siguió hasta su puerta, sin dejar de sonreír de manera inquietante. “Oh, Lorena, eres tan ingenua. No entiendes nada. El dolor es la única forma de encontrar la verdadera profundidad de la existencia”.

Lorena finalmente llegó a su puerta y se dio la vuelta para enfrentar a María. “No estoy segura de qué estás hablando, pero creo que es mejor que me vaya. Tengo cosas que hacer”.

María asintió lentamente, como si hubiera conseguido lo que quería. “Claro, Lorena. Pero recuerda lo que te he dicho. El sufrimiento puede ser una bendición disfrazada”. Con eso, se dio la vuelta y se fue, dejando a Lorena en un estado de confusión y temor.

A medida que Lorena cerraba la puerta de su apartamento, se sentía atrapada en una conversación inquietante y perturbadora. No sabía quién era María ni qué le pasaba por la cabeza, pero su enfoque en el sufrimiento y la liberación a través de él la había dejado profundamente inquieta.

Los días pasaron, pero Lorena no volvió a encontrarse con María en el ascensor. Trató de olvidar la conversación inquietante y siguió con su vida, concentrándose en su trabajo y sus actividades diarias.

Sin embargo, un día, mientras salía de su apartamento para ir al trabajo, se encontró con un sobre blanco en el suelo frente a su puerta. Lo recogió y vio que no tenía remitente ni mensaje escrito. Dentro del sobre, encontró una fotografía en blanco y negro de sí misma, caminando por el pasillo del edificio. Pero lo que la dejó sin aliento fue el mensaje escrito a mano en la parte posterior de la fotografía: “Te estoy observando, Lorena. No puedes escapar del sufrimiento”.

El miedo se apoderó de Lorena mientras miraba la foto y el mensaje. No sabía quién había enviado esto ni cómo habían obtenido la fotografía. Estaba claro que alguien la estaba acosando y que estaba dispuesto a llevar las cosas a un nivel aterrador.

Decidió acudir a la policía y presentar una denuncia, explicando la conversación inquietante que había tenido con María en el ascensor. Aunque no sabía si María tenía algo que ver con esto, sentía que era importante contarles todo lo que sabía.

Las investigaciones policiales no dieron resultados inmediatos, y Lorena continuó viviendo en un estado constante de temor y paranoia. Se sentía observada en todo momento y no podía dejar de preguntarse quién podría estar detrás de este acosador desconocido.

Un día, mientras se encontraba en su apartamento, escuchó un ruido proveniente del pasillo. Con cautela, se acercó a la puerta y miró por la mirilla. Lo que vio la dejó sin aliento. Era María, parada frente a su puerta y sonriendo de manera perturbadora.

Lorena retrocedió, con el corazón latiendo con fuerza. María golpeó la puerta con violencia, haciendo que Lorena diera un respingo. “Lorena, ¿estás ahí? No puedes esconderte de mí”.

El terror se apoderó de Lorena mientras miraba a través de la mirilla. No podía entender que pretendía María. Temblando, retrocedió y agarró el teléfono para llamar a la policía.

Pero antes de que pudiera marcar el número de emergencia, escuchó la voz de María, susurrando desde el otro lado de la puerta. “No es necesario llamar a la policía, Lorena. Estoy aquí para ayudarte a encontrar la liberación a través del sufrimiento”.

Lorena sintió que se le escapaba la cordura. No podía entender por qué María la estaba acosando de esta manera, ni qué quería de ella. No tenía sentido. Trató de mantener la calma y le gritó a través de la puerta. “¡Vete de aquí! ¡No quiero verte!”

La respuesta de María fue aún más inquietante. “No puedes escapar del sufrimiento, Lorena. Está en todas partes. Es la única forma de encontrar la verdadera profundidad de la existencia”.

Descubre un inquietante encuentro en un ascensor que lleva a Lorena a cuestionarse si el sufrimiento es la única forma de encontrar la verdadera liberación.

Lorena finalmente marcó el número de emergencia y gritó a través del teléfono, pidiendo ayuda desesperadamente. La policía llegó rápidamente al edificio luego de la desesperada llamada de Lorena. Pero cuando los oficiales revisaron el pasillo fuera de su apartamento, no había rastros de María. Tampoco había ningún vecino que pudiera dar una descripción de ella. Para Lorena, era como si María se hubiera desvanecido en el aire.

Los policías registraron el edificio de arriba a abajo, pero no pudieron encontrar evidencia de una intrusa. Sin más pistas que seguir, no tuvieron otra opción que suspender la búsqueda por el momento. Le aseguraron a Lorena que mantendrían una vigilancia en el área y le dijeron que los llamara si María volvía a aparecer.

Unos días después, Lorena se encontró nuevamente con María en el ascensor. Sin pensarlo dos veces, Lorena la empujó con fuerza, haciendo que María cayera por las escaleras y se lastimara seriamente. Lorena sufrió algunos rasguños y moretones en el forcejeo, pero logró escapar ilesa. Llamó a la policía de inmediato para reportar el incidente.

Todo había sucedido tan rápido que Lorena apenas podía procesarlo. Un minuto estaba empujando a María por las escaleras, convencida de que se estaba defendiendo de su acosadora. Al siguiente, estaba rodeada de policías mientras una vecina yacía inconsciente al pie de los escalones.

Los agentes le informaron que la mujer a la que había atacado se llamaba Ana, y que vivía en el apartamento 306. Lorena insistía en que no era Ana, sino María, la misma mujer que la había estado acechando. Pero nadie más había visto u oído a esta María.

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Lorena fue arrestada y llevada a la comisaría para ser interrogada. Allí relató su perturbador encuentro con María en el ascensor y el escalofriante mensaje que había recibido después. Explicó el miedo y la paranoia que había sentido durante semanas, convencida de que alguien la vigilaba.

Los investigadores se mostraron escépticos. Todo apuntaba a que Lorena había sufrido algún tipo de quiebre mental y había confundido a la vecina Ana con una acosadora imaginaria.

Tras una exhaustiva investigación, la policía confirmó que María sí había vivido años atrás en el edificio, pero que había fallecido en un accidente que la dejó inválida. No podía ser la misma persona que había estado acechando a Lorena.

Los psiquiatras que evaluaron a Lorena concluyeron que había sufrido una psicosis temporal, probablemente inducida por estrés y falta de sueño. Las alucinaciones sobre María parecían ser un delirio paranoico sin base en la realidad.

Aun así, en los oscuros recovecos de la mente atormentada de Lorena, persistía la duda… ¿Y si María realmente había encontrado una forma de comunicarse desde el más allá? ¿Y si su espíritu atrapado se había apoderado de la psique de Lorena, empujándola a la locura?

Lorena no podía probar esta teoría, pero la sola idea sembraba terror en las fibras más profundas de su ser. ¿Había sido una víctima de una presencia fantasmal sedienta de venganza? O peor aún… ¿La expresión corpórea de la maldad pura? Estas preguntas la atormentarían por el resto de sus días.

Aunque fue declarada inimputable por demencia, Lorena enfrentó cargos criminales por el ataque. Pasaría varios años recluida en una institución mental, pagando un alto precio por creer en la ilusión de una mujer que solo existía en su perturbada imaginación. O eso pensaban todos… menos Lorena.

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